Hay artesanos del carnaval
que nacieron para ser infinitos; para sobrevivir a su
propia existencia y, sobre
todo, para, desde la pasión
desmedida, la entrega y el
ingenio, convertirse en faro
de generaciones y generaciones.
Artesanos cuyos nombres, como
los de autores de la talla de Paco Alba,
Antonio Martín, Pedro Romero, Julio
Pardo y otros tantos, han ayudado a
que la fiesta no solo permaneza, sino
que crezca y se enriquezca a través de
su arte.
Artesanos, ya de leyenda, que han
escrito páginas inolvidables de la fiesta
y sin los que, aunque casi ‘invisibles’ en
tablas y calles, habría sido imposible vi-
vir y entender esos momentos mágicos
que han hecho del Carnaval de Cádiz
lo que es.
Artesanos con nombre propio, como
el de Pepi Mayo (Josefa Mayo Rivera),
recientemente fallecida y referente de
ese arte descarado, callejero, alegre y
efímero que solo se entiende en clave
carnavalesca.
Arte que, en su caso, afloró como el
carnaval, desde la espontaneidad; en
unos ya lejanos años 60, en los que, con
el telón de fondo de las entonces Fies-
tas Típicas, confeccionó sus primeros
disfraces para sus hijas.
Disfraces que, desde la primera
‘puntá’, reflejaron el don artístico de
quien vivió la fiesta desde muy pequeña. En un barrio, El Mentidero, y una
calle, Navas, por las que siempren soplaron aires del carnaval.
De su taller, primero en la calle Desamparados y luego en Libertad, junto al
Mercado de Abastos, salieron ‘tipos’ que
ya son historia del concurso del Falla,
pero también otros muchos que sirvieron para disfrazar a cientos de esos
gaditanos que, como ella, no entendían
la fiesta sin un buen disfraz.
Cercana, muy querida por el mundo del carnaval (así lo pregonaba a los
cuatro vientos) e Hija Predilecta de la
que siempre fue su gran pasión, Cádiz,
Pepi Mayo fue una de las maestras pio-
neras en manejar mil y un materiales
para confeccionar disfraces como aquel
de holandesa que en sus inicios realizó para su hija (el primero fue de Miss
España), con un pequeño motor para
mover las aspas de un molino.
Siempre dispuesta a confeccionar
disfraces tanto para ‘primeros espadas’
del carnaval (daba igual que fuese una
chirigota que un coro, una comparsa o
un cuarteto) como para agrupaciones
‘menores’; por sus manos pasaron más
de 200 tipos entre 1975 y 2008, año en el que decidió ‘colgar la aguja’.
Para la historia de la artesanía carnavalesca quedan ya los tipos del coro
‘Los erizos caleteros’ , el cuarteto ‘Los
cuatro reyes de la baraja’ y la comparsa
‘Los pintores de Versalles’, con los que,
allá por los 80, levantó el telón de su
trayectoria profesional en la élite de la
fiesta.
Tipos a los que dieron continuidad
otros muchos, algunos tan en la retina
de los amantes de la fiesta y de la artesanía carnavalesca como la chirigota
del Sheriff ‘Las madrinas’ (1988), con
la que conquistó la Aguja de Oro.
Autodidacta, Pepi Mayo no puso barreras al ingenio, confeccionando disfraces para cuya inspiración le servían
hasta los langostinos de la pescadería.
Trayectoria artesanal que sirvió
para dignificar una profesión no lo suficientemente valorada y para despertar
la profesión en otros tantos artesanos.
Más allá del carnaval, esta artesana proyectó su arte en el mundo del flamenco, el teatro o la canción, confeccionando el vestuario para una gira de los entonces popularísimos Enrique y Ana. Asimismo, realizó los trajes de la diosa y las ninfas del Carnaval de Cádiz, muchos de sus pregoneros y los del Dios Momo o Doña Cuaresma. Casada con Manuel Fernández Cabeza, representó el espíritu emprendedor y luchador de la mujer artesana